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    Nada le resulta más obscuro a la humanidad o menos accesible a su entendimiento -ya sea en cuanto al poder que la mueve o el sentido y propósito hacia el que se mueve que su propia vida comunitaria y colectiva. La sociología no nos ayuda, pues sólo nos ofrece la historia general del pasado y las condiciones externas bajo las cuales las comunidades han sobrevivido. La historia no nos enseña nada: es un confuso torrente de eventos y personalidades o un caleidoscopio de instituciones cambiantes. No alcanzamos el sentido real de todo este cambio y continuo fluir de la vida humana por los canales del Tiempo. Lo único que alcanzamos son fenómenos corrientes o recurrentes, fáciles generalizaciones, ideas parciales. Hablamos de democracia, aristocracia y autocracia, de colectivismo e individualismo, imperialismo y nacionalismo, del Estado y la comuna, de capitalismo y proletariado; avanzamos apresuradas generalizaciones y creamos sistemas absolutos que son solemnemente proclamados hoy sólo para vernos obligados a abandonarlos mañana; nos adherimos a causas y a inflamados entusiasmos cuyo triunfo se convierte en una temprana desilusión y, entonces, los abandonamos por otros, quizás por aquellos que nos habíamos molestado tanto en destruir. Durante un siglo la humanidad anhela la libertad y batalla por ella, la conquista al amargo precio de esfuerzo, lágrimas y sangre; del siglo que la disfruta sin haber luchado por ella se aparta como de una ilusión pueril y está dispuesta a renunciar a la desacreditada conquista a favor de algún nuevo bien. Y esto ocurre porque todo nuestro pensamiento y nuestra acción con respecto a nuestra vida colectiva son superficiales y empíricos; no buscan un conocimiento firme, profundo y completo, no se basan en él. La moraleja, sin embargo, no es aquí la vanidad de la vida humana, de sus ardores y entusiasmos y de los ideales que persigue, sino la necesidad de una búsqueda más sabia, vasta y paciente de su verdadera ley y propósito.

Sri Aurobindo
El ideal de la unidad humana, Cap. 1 (1915)
Sri Aurobindo

 

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    Las superficies de la vida son fácilmente comprensibles; sus leyes, sus movimientos característicos, sus utilidades prácticas están al alcance de nuestras manos y podemos cogerlas y aprovecharnos de ellas con suficiente facilidad y rapidez. Pero no nos llevan muy lejos. Bastan para una activa vida superficial y cotidiana, pero no resuelven los grandes problemas de la existencia. Por otra parte, el conocimiento de las profundidades de la vida, sus poderosos secretos, sus grandes, ocultas, omnideterminantes leyes, nos resulta excesivamente difícil. No hemos hallado ninguna plomada que pueda sondar esas profundidades; nos parecen un vago e indeterminado movimiento, una profunda obscuridad de la que la mente se aparta voluntariamente para jugar con el vaivén y la espuma y los fáciles resplandores de la superficie. Sin embargo, son esas profundidades y sus fuerzas ocultas lo que debemos conocer, si queremos entender nuestra existencia; en la superficie hallamos sólo las leyes secundarias de la Naturaleza y leyes prácticas marginales que nos ayudan a superar las dificultades del momento y a organizar empíricamente, sin entenderlas, sus continuas transiciones.

Sri Aurobindo
El ideal de la unidad humana, Cap. 1 (1915)
Sri Aurobindo

 

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